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Por Ing. Agr. Daniel E. López

Coordinador Región Patagonia de Casafe

La agricultura estuvo siempre estrechamente relacionada con los seres humanos, ya que representa además de su alimentación, su supervivencia de vida. En la prehistoria se vivía fundamentalmente de la cacería y recolección de frutos. Con el paso de los siglos se incorporaron los hábitos de una vida más sedentaria, buscando la domesticación de animales y de distintas especies de plantas.

Las pequeñas poblaciones que se asentaban buscaron terrenos fértiles y productivos. Así comenzaron a utilizar pequeños utensilios para la labranza del suelo. También se perfeccionaron en los sistemas de riego e incorporaron herramientas como el arado de bueyes o caballos.

Con la integración de la economía mundial, la mecanización de distintas labores agrícolas, y la introducción de abonos químicos, se logró acompañar la demanda de alimentos exigidas por el crecimiento poblacional. Así llegamos a nuestros tiempos con grandes avances científicos en mejoramiento genético, fertilizantes y productos fitosanitarios cada vez más efectivos.

En nuestro país y el mundo, prevalece el sistema convencional. En él, los cultivos se siembran a campo o invernadero. Se utiliza toda la tecnología disponible para obtener los mayores rendimientos que maximicen la productividad. Para ello se adoptan las técnicas más avanzadas en riego y fertilización por goteo, uso de productos fitosanitarios (químicos, biológicos y naturales) para combatir los hongos, bacterias, malezas, nematodos, ácaros e insectos. En este sistema se combina, por ejemplo, el uso de fitosanitarios con el empleo de insectos benéficos para el control de algunas plagas. El uso de variedades resistentes o tolerantes a hongos, bacterias y virus es práctica común. Cabe destacar que todos los productos que se utilizan en el sistema convencional están aprobados por el SENASA (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria), organismo regulador nacional.

Además, existe el sistema de producción orgánica y en nuestro país ocupa el segundo lugar a nivel mundial. El mayor porcentaje está destinado a exportación, y un porcentaje menor se mantiene en el mercado interno. La agricultura orgánica produce sin usar fertilizantes ni fitosanitarios químicos. Como alternativa, utilizan fertilizantes orgánicos como compost, estiércol y abonos. Además, mantienen al mínimo la utilización de insumos externos. Para producir bajo este sistema se necesita un sello de certificación, Además, la producción orgánica está regulada por la ley 25.127. Sus productos a la venta deben obligatoriamente indicar en la cara principal de su envase el isologotipo “ORGÁNICO ARGENTINA”. Afortunadamente, existen cada vez más certificaciones y programas de apoyo gubernamental para el desarrollo y promoción de la agricultura orgánica, lo que ha impulsado su crecimiento en los últimos años.

En la producción vegetal orgánica predominan los productos industrializados, como el azúcar, vino y puré de pera. En frutas orgánicas encontramos pera, manzana y arándanos, mientras que en cereales está el arroz y trigo, y en las hortalizas está la producción de ajo. A su vez en la producción animal orgánica predomina la producción ovina y la de miel.

En Argentina estos sistemas productivos conviven armónicamente. Algunos establecimientos agrícolas y ganaderos se dedican exclusivamente a un sistema, mientras que otros combinan elementos de ambos, dependiendo de los objetivos del productor, las oportunidades de mercado y las condiciones específicas de cada región.

La producción convencional y la orgánica tienen diferencias y similitudes. Sin embargo, algo que debe quedar muy claro, es que en ambos casos es necesario y obligatorio aplicar las buenas prácticas agrícolas (BPA), para garantizar la obtención de alimentos sanos, seguros y nutritivos. La aplicación de buenas prácticas en todos los sistemas de producción es indispensable para una agricultura sustentable, que promuevan la preservación del ambiente, el cuidado de la calidad de vida de la sociedad, y la viabilidad económica sostenida en el tiempo.

Para lograr que los sistemas de agricultura convencional y orgánica convivan de manera efectiva, es importante adoptar un enfoque de agricultura sustentable que combine las mejores prácticas de ambos sistemas. Algunas estrategias podrían ser: zonificar las áreas de cultivo para identificar los distintos tipos de prácticas, y establecer áreas de amortiguamiento entre ambas. Aplicar el manejo integrado de plagas y combinar las distintas estrategias de control. Crear corredores ecológicos y promover la diversidad de cultivos y prácticas como la rotación de cultivos, la siembra directa y el uso de cultivos de cobertura, que mejoran la salud del suelo. También es sumamente necesario fomentar el respeto mutuo, a través de la educación y comunicación.

Estos desafíos técnicos pueden ser abordados con innovación e investigación continua. Pero también se debe fomentar el trabajo articulado entre los establecimientos educativos, entes gubernamentales y privados relacionados con la producción. Solo así será posible aprovechar los beneficios de ambas estrategias de producción y avanzar hacia sistemas agrícolas más sustentables que disminuyan el impacto ambiental y garanticen la provisión de alimentos.